
Qué terribles y enfermizos esos días en los que todo parece estar mal. En los que no podemos encontrar el por qué de ninguna de nuestras acciones, por más insignificantes que resulten.
Qué patéticos nos vemos preguntándonos la causa de todo, lo que nos rodea (¿por qué está a mi lado?) y lo que no nos rodea (¿por qué no quiere estar junto a mí?). Y no hacemos otra cosa que repetir siempre las abrumadoras palabras "¿POR QUÉ?", una y otra vez, sin poder salir de ese oscuro pozo. Nos metemos cada vez más, nos hundimos, y cada vez es más difícil salir a la superficie. Nuestra mente juega con nosotros, es algo imposible de evitar; porque cuanto uno más dice "no tengo que pensar en eso", más nos acorrala ese pensamiento, y nos deja débiles, desarmados en un rincón. Lo que sucede es que la mente es demasiado fuerte y el ser humano demasiado débil; pero qué curioso: la mente es parte del ser humano. Pero no, no es así. La mente es muy superior, y no es parte de nosotros, sino nuestro líder, y como buen líder, le gusta que le obedezcan. Es por eso que cuando menos deseamos pensar en algo, ese algo nos atormenta, por desobedecer a nuestro líder (seamos sumisos a la mente, pero no nos dejemos llevar por ella).
Miedo, es lo que yo le tengo a mi mente. Pero sé también que ella me tiene un poco de miedo a mí, porque sabe que tengo la fórmula para destruirla. El problema es que como ella depende de mí, yo dependo mucho más de ella. Por eso no me es conveniente destruirla, y para ella tampoco es conveniente destruirme. Yo necesito de ella y ella necesita de mí. Una no existe sin la otra. Lo malo es que ella puede atormentarme, y sabe como hacerlo. Cuando estoy sola, cuando cae la noche. Sabe en qué circunstancias atacar. Sabe cuando estoy más vulnerable a sus ataques, y conoce mis puntos débiles. Es mi indispensable enemiga.
Me juega trucos, malas pasadas. Pero así es nuestra relación. Sé que en el fondo me quiere aunque sea un poco, como yo muy en el fondo la quiero a ella, y algún día, haremos las paces.
RS.
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